Pasamos por todas las emociones incluso en un mismo día, y es algo normal.

Absolutamente nada en nuestra vida es lineal, cada proceso que vivamos va a tener altos, bajos y hasta llanos, y está bien. 

Si tenemos la idea de que siempre tenemos que estar en la cima y la necesidad de vivir todo con intensidad, no vamos a poder tolerar que la mayoría de la parte de la vida la pasamos todos en una franja que es más estable, y ¡Gracias al Cielo! Por qué hay que pensar que cuanto más arriba vamos (la parte divertida, que dura poco), pensar que pasa cuando nos toca bajar.

Estamos transitando una época que nos plantea un gran desafío. Días que nos sentimos en la cima, a veces abajo y otras veces el carrito de la montaña ni siquiera se mueve. Es importante saber que muchas veces es necesario que toquemos fondo para impulsarnos, y darnos cuenta que no podemos quedarnos estáticos, que debemos movernos.

Muchas personas vivencian a sus emociones como un asunto de moral, sobre todo las emociones que son displacenteras.

Experimentar sentimientos dolorosos no es un asunto de moral: no está “mal” en ningún sentido sentir lo que se siente, las emociones nunca son equivocada; solo las acciones sí podrían estarlo. 

Las emociones son la expresión de una verdad emocional, no necesitan ser justificadas, solo sentidas.

Podemos relacionar a esto con el concepto de impermanencia que consiste en entender la inevitabilidad de la existencia al margen de la idea de placer o dolor.

Así, lo que antes despertaba ansiedad, hoy genera indiferencia, lo que garantizaba felicidad, de repente es una cosa más entre tantas otras que están. En este proceso inevitable hay momentos de expansión y triunfo y, lógicamente, momentos asociados a la desintegración y al fracaso.

 No es momento de ser exigentes, hay que tratar de conectar con uno mismo y darse permiso para sentir.

-¿Que me enoja?-

-¿Que me pone triste?-

-¿Que me hace feliz?-

Por la Licenciada María Cecilia Petros, MP 683