“Confieso que ese momento no tuve miedo ni duda alguna, enfrenté al avión sin saber cuál sería el resultado. Fue algo casi instintivo, ya que la rapidez de las acciones no daba tiempo a pensar en nada. Recuerdo que solo dije: «Qué sea lo que Dios quiera» y en este combate, Dios estuvo de mi parte…”. Soldado VMG, Agustín René Loaisa

 

Fueron muchas las actitudes memorables de parte de los soldados argentinos que una vez terminada la guerra de Malvinas, quedaron fuera de los relatos del conflicto bélico que duró 72 días, pero donde pasó de todo.

La guerra quizá no fue algo glorioso para muchos de esos jóvenes de 18 años, sino que más bien fue asomarse al infierno. Muchos no disfrutaron las victorias porque sabían que los pilotos ingleses eran como ellos: también tenían familias que los esperaban.

Cuando terminó la guerra de Malvinas, fueron los propios ingleses quienes reconocieron el desempeño de las piezas de artillería argentinas, y sobre todo la gallardía de los soldados que salieron en combate.

Tal fue el caso del soldado santiagueño oriundo de Malbrán, Agustín René Loaisa, quien tenía 18 años cuando le tocó desempeñarse como apuntador de la ametralladora MAG de la Compañía Defensa del cuerpo militar argentino. Su destino en las islas fue hacer frente a la lucha desde Darwin, donde tenía como jefes directos al Teniente Bustillo y al Primer Teniente Sifón.

“Hacía tres meses que estábamos incorporados y nos estaban apurando con mucho entrenamiento. No sabíamos nada de lo que pasaba. El 2 de abril empezó la guerra y llegué allá el 12 de ese mes. Íbamos de comisión a Comodoro Rivadavia y después nos avisaron que debíamos estar en Malvinas, y así empezó todo”, contó el veterano de guerra en diálogo con Noti News.

En la zona de combate de Darwin, defendida por aproximadamente 150 soldados –de los cuales 40 eran santiagueños– la misión del nacido en Mabrán era la de cuidar la pista de aterrizaje y, para ello, había realizado refugios y pozos de zorros para su resguardo.

“Recuerdo que luego del primer ataque inglés, ese nefasto primero de mayo quedé impresionado por el daño causado por el enemigo, y sobre todo trise y preocupado por nuestros muertos y heridos –contó Loaisa–. Ese hecho me ocasionó cierta inquietud e interrogantes por cuanto no sabía cuál sería nuestro destino, si nos matarían a todos o no; si ganaríamos la guerra o no, pero de lo que realmente estaba seguro, era que debía desquitarme por mis camaradas muertos y las amarguras sufridas aquel día”.

Desde aquel fatídico primero de mayo, los soldados argentinos fueron atacados todas las noches por las fragatas que bombardeaban a la distancia o por aviones que diariamente, apenas salía el sol, los embestían con distintos tipos de municiones, hasta que por fin hubo venganza del bando argentino, y de eso bien lo sabe Loaisa.

“Cuando llegó ese glorioso día, me pude sacar todas mis broncas, angustias y desazones que guardaba desde el primero de mayo. Recuerdo que esa mañana fuimos atacados por cinco aviones. Los dos primeros fueron derribados por nuestras baterías antiaéreas. El tercero pasó tirando contra nuestras posiciones y continuó su marcha y los otros dos giraron y se pusieron en posición de tiro, listos para atacarnos –narró–. En ese momento todo el personal del grupo se tiró de cabeza adentro del pozo para cubrirse. En cambio yo alisté mi ametralladora, la que siempre llevaba conmigo a todos lados, me senté en el cajón de municiones y apunté hacia los aviones”.

Siguió contando: “cuando el primer avión ingresó por la cabecera de pista y comenzó a atacar, vi que le salía humo por su parte trasera (como si hubiera estado averiado) pero ello no le impedía realizar las maniobras con normalidad y ejecutar el ataque. Con gran asombro y estupor, vi como se me venía encima semejante mole despidiendo bombas y ráfagas de municiones en su trayectoria. Instintivamente tomé mi ametralladora MAG, le apunté y comencé a disparar”.

 

En posición defensiva

“Los primeros tiros no dieron en el blanco –había apuntado bajo, cuenta– por lo cual levanté la puntería y observé que mis disparos pegaban en el fuselaje y la parte vidriada del avión. Como mi armamento estaba cargado con munición trazante –munición que en su trayectoria emite una luz que sirve para guiar al apuntador sobre el recorrido y lugar de impacto–, pude ver hacia donde estaba tirando, hacer las correcciones y saber en donde pegaba”, contó Loaisa, en un valioso testimonio recogido por otro excombatiente, Hugo Quiroga, en su libro Santiagueños en Malvinas.

El avión de combate inglés como el Sea Harrier, tenía una velocidad de ataque de entre 250 y 300 metros por segundo. Y aunque fue toda una osadía, el soldado santiagueño no dio tregua alguna cuando el avión de caza pasó a unos cinco metros arriba de las cabezas de los argentinos. La puntería del nacido en Malbrán fue mucho más certera y las balas impactaron en el cuerpo del piloto Nick Taylor, quien solo atinó a eyectarse, pero al tocar tierra, llegó muerto a consecuencia de los disparos del soldado santiagueño.

Parte del fuselaje y cola del Sea Harrier de Nick Taylor.

El Sea Harrier cayó sobre la pista a 70 metros a retaguardia causando una enorme explosión, varios destrozos y quemaduras entre el personal argentino. “Según me contaron mis superiores y compañeros que observaron la acción, en el momento en que pasaba el avión sobre nuestras posiciones, el piloto se había eyectado, pero al caer, estaba muerto producto de los impactos de las balas disparadas por mi ametralladora”, recordó Loaisa.

“Confieso que ese momento no tuve miedo ni duda alguna, enfrenté al avión sin saber cuál sería el resultado. Fue algo casi instintivo, ya que la rapidez de las acciones no daba tiempo a pensar en nada. Recuerdo que solo dije: «Qué sea lo que Dios quiera» y en este combate, Dios estuvo de mi parte…”.

Un alférez que había visto lo acontecido, le contó al Jefe de Compañía todo lo referido al desempeño del soldado Agustín René Loaisa. Días después, el jefe de la Base Aérea Militar Cóndor realizó una formación y condecoraron al santiagueño con la medalla al “Heroico Valor en Combate” y ascendido al grado de Dragoneante por su valor y el sentido del deber puesto de manifiesto en ese combate.

 

Tumba en Malvinas del teniente Nick Taylor, piloto de Sea Harrier, caído en combate el 4 de mayo de 1982.

El Sea Harrie derribado por el santiagueño

Oficialmente, los británicos reconocieron después de la guerra de Malvinas el derribo y/o pérdida por accidente de 10 aeronaves: 6 Sea Harrier de la Royal Navy y 4 Harrier GR.3 de la Royal Air Force.

La acción protagonizada por Agustín René ocurrió el 4 de mayo de 1982 en Puerto Darwin. Se trató del avión Sea Harrier FRS.1 mat XZ-450, cuando este realizaba misiones de bombardeo sobre la zona.

En la “barrera de fuego” que recibió el XZ-450, se destacó lo realizado con su ametralladora MAG el soldado clase 63 Agustín René Loaisa, de la Compañía de Defensa de la BAM Cóndor (Santiago del Estero – Malbrán – Departamento Aguirre), que prestaba servicio en la Escuela de Aviación Militar.

Durante aquel combate, sus compañeros fueron testigos directos de lo que hizo este gran luchador, quien con una simple MAG demostró su coraje, enfrentando a una de las máquinas con armas sofisticadas más potentes  del poderío militar inglés.

Además de ese reconocimiento realizado en el propio campo de combate, el ex soldado “VGM” Agustín René Loaisa fue condecorado en varias oportunidades, quedando en la historia argentina como el único militar ascendido al grado inmediato superior por su acción heroica en la guerra de Malvinas.

Agustín René Loaisa, en su pago natal de Malbrán (departamento Aguirre de Santiago del Estero).

 

Fuentes consultadas:

“Santiagueños en Malvinas”, Tcnl (R) VGM Hugo Aníbal Quiroga.

Entrevista al veterano de guerra Agustín René Loaisa.

Sitio: https://www.3040100.com.ar/