La toma de Kabul y la reconquista de gran parte del territorio afgano por parte del Talibán estalló en la agenda de los medios de todo el mundo, aunque se trata de un largo proceso hasta entonces invisibilizado. Y que tendrá consecuencias imprevisibles.

 

Afganistán volvió a ser el centro de interés periodístico mundial después de mucho tiempo con una mirada cargada de prejuicios y desconocimiento, que derivó en apreciaciones apresuradas. Por un lado, el progresismo celebró una derrota del imperialismo estadounidense, que por otra parte es innegable, después de 20 años de ocupación con el argumento de combatir el terrorismo internacional tras los ataques a las Torres Gemelas. Es que allí se refugiaba Osama Bin Laden, que luego huyó hacia Pakistán, donde finalmente fue asesinado por un grupo especial.

 

La retirada de Afganistán se comparó con el escape de Saigón, Vietnam, tras la estrepitosa derrota de su ejército. Como bien se dijo, ese país “es la tumba de los imperios”, por lo menos desde la época de Alejandro Magno. Mongoles, británicos, rusos y ahora estadounidenses sufrieron el rigor de su árida geografía y la hostilidad de sus tribus ante el invasor.

 

Sin embargo, este episodio tuvo ribetes diferentes. EEUU negoció la salida del país con el propio Talibán, con el compromiso de impedir que prolifere ISIS, una organización abiertamente terrorista convertida en el enemigo principal. Una promesa que deberá verse en los hechos. El presidente republicano Donald Trump ya había iniciado este retiro del país, que culminó su sucesor demócrata Joe Biden, por el costo sideral de la campaña y las pérdidas de sus fuerzas. Así, se dejó librado al país a su suerte. Y con una nueva crisis humanitaria.

 

Lo interesante y poco analizado es que tanto el Talibán, como los Mujhaidines o hasta el propio ISIS en algún momento fueron sustentados por el propio gobierno norteamericano cuando fueron funcionales a sus políticas exteriores, pero luego se convirtieron en enemigos según las circunstancias. Particularmente, en Afganistán fueron retratados a principios de los `80 como “luchadores de la libertad” cuando enfrentaban al invasor soviético, en plena Guerra Fría. Es interesante cómo Hollywood, como productor de sentido alineado con el “interés nacional” de EEUU, en ese momento los mostraba como héroes, pero luego del 11/09 pasaron a ser villanos.

 

Producto de esos acuerdos el Talibán volvió pero con una estrategia más mesurada, pese al terror que infunde en las otras etnias –como la dominante pashtun- y, sobre todo, en los colaboracionistas de la ocupación internacional. Pero se mostró más moderado con una amnistía.

 

Decíamos que los progresismos celebraron la huida de los invasores, pero justificaron un régimen ultraortodoxo y despótico que promete opresión sobre las otras etnias y, fundamentalmente, sobre las mujeres. Pero esa mirada sesgada no se indigna con el reino de Arabia Saudita donde las mujeres son también oprimidas y casi anuladas de la vida civil e incluso condenadas a muerte por adulterio, algo que no se aplica a los hombres. Claro que esa monarquía es un aliado estratégico en Medio Oriente. Tampoco se menciona demasiado que Qatar es uno de los principales financistas de esta organización, justamente el país anfitrión del próximo mundial.

 

Afganistán es un país clave en ese punto por limitar con Rusia y China, por su riqueza mineral y por la posibilidad de grandes negocios como gasoductos, que incluso tenían a una empresa argentina frente a un proyecto. Pero la economía de ese país con una mayoritaria población rural se desenvuelve –además de la guerra permanente- en torno a la producción de opio, como materia prima de la heroína. Y carece de una centralidad estatal por la dispersión de tribus que incluso prometen seguir la guerra contra el Talibán.

 

Por eso, entre muchas otras razones, el futuro  de Afganistán es tan inestable como enigmático, pero lo que allí suceda siempre tendrá repercusiones en el resto del mundo.