Por Eduardo Espeche

Este 27 de abril se recordaron los 202 años de la declaración de Autonomía Provincial, que constituyó como provincia a Santiago del Estero en 1820, proceso que demandaría sangrientas batallas hasta concretar la separación del Tucumán.

 

En aquel momento Tucumán tenía bajo su dominio a Santiago del Estero y Catamarca, y sus líderes la habían declarado una república.

 

Ese proceso autonómico no estuvo exento de vicisitudes para sus principales referentes, que pertenecían a la burguesía vernácula: Juan Francisco Borges y Juan Felipe Ibarra.

 

Borges había peleado para los españoles contra la sublevación de Túpac Amaru II, en el Alto Perú, donde perdió a su padre y fue capturado, pero logró huir. Por su valentía fue a España, donde se lo nombró como miembro de la guardia real y se consustanció con las logias masónicas, que pregonaban la independencia.

 

Pronto volvió a Santiago del Estero, donde incluso encabezó una expedición para hallar el “Mesón de Fierro”, un fragmento de la lluvia que miles años antes dio nombre a la zona de Campo del cielo, compartida entre nuestra provincia y Chaco. Pero no pudo hallarlo.

 

Cuando estalló la revolución de Mayo puso a su disposición una fuerza de “patricios santiagueños” solventada con su propio pecunio.

Acompañó a los ejércitos patriotas en la expulsión de los realistas en el Norte y allí se ganó el enojo de Juan Manuel Belgrano, quien después ordenaría su fusilamiento tras sus intentos de proclamarse gobernador entre 1815 y 1817. El comandante del Ejército del Norte consideraba que esa sublevación en Santiago debilitaba la cohesión para resistir el avance de los “maturrangos”.

 

En septiembre de 1815, se produce «la autoproclamación del caballero Borges como gobernador. Pero el gobernador de Tucumán, (Bernabé) Araoz, mandó tropas que dieron un baño de sangre, ahuyentaron a Borges, lo tomaron luego prisionero, lo juzgaron. Pero Borges consiguió escaparse, volvió a Santiago, volvió a las andadas».

 

Gregorio Araoz de La Madrid lo capturó tras la batalla de Pitambalá, el 27 de diciembre de 1816, y Belgrano le ordenó que «pase por las armas al rebelde», orden que se  cumplió el 1 de enero de 1817, aunque descubrimientos recientes indican que su ejecución en Santo Domingo pudo haber sido en los últimos días de diciembre de 1816.

 

Describe a Borges como «un señor muy mal educado, si no escaso de luces sobrado de presunciones, jactancioso a más no poder, que a todo el mundo desprecia. Caballero Cruzado de la Orden de Santiago, gracias a la merced del rey, que se la otorgó por méritos del padre al servicio de la corona».

 

«Ese Borges, descendiente de los Borgias de larga fama, y rico con los dineros de un comercio prestigiado por el padre (…). Había tenido juicios y había estado preso desde joven y se había ido a España». Sin embargo, De Miguel refiere que siempre atormentó a Belgrano haberlo fusilado sin juicio.

 

El mausoleo de Borges, en el cementerio La Piedad, recuerda a las nuevas generaciones que fue “fusilado por orden de Belgrano”.

IBARRA, EL DURO COMANDANTE DE ABIPONES

La burguesía santiagueña buscó reemplazar al malogrado Borges con otra figura fuerte, que pudiera liberarlos de la opresión tucumana que succionaba con impuestos sus riquezas.

 

Ibarra era el candidato: tenía una personalidad fuerte y calculadora, diametralmente opuesta al temperamental Borges. Era comandante de la línea de fortines de Abipones, que defendía a los poblados de las incursiones de los indígenas del indómito Chaco.

 

Ibarra, que también pertenecía a la burguesía, aceptó el mandato y el cabildo abierto deliberó hasta que el 27 de abril de 1820 declaró la autonomía de la provincia de Tucumán, aunque aclaró que seguiría vinculada a la federación de provincias unidas del Río de la Plata.

 

Araoz invadió el territorio santiagueño en 1821 pero fue derrotado, al igual que en sucesivas batallas. Ibarra llegó incluso a utilizar tácticas de guerrilla contra los invasores y en más de una oportunidad abandonó la ciudad para hostigar a sus ocupantes, hasta obligarlos a marcharse.

 

Finalmente se firmó el Pacto de Vinará, el 5 de junio de 1821, con el compromiso del caudillo salteño Martín Miguel de Güemes de proteger a la naciente provincia en caso de una nueva invasión tucumana, aunque murió baleado por los realistas poco después.

Ibarra comenzó un largo período de gobierno vitalicio, período en el que trabó amistad y adhirió a la “Santa Federación” de Juan Manuel de Rosas, con quien mantuvo una profusa correspondencia.

 

Su gobierno no estuvo exento de sobresaltos, como algún levantamiento de los unitarios que sofocó a sangre y fuego. En uno de ellos mandó prisionero a El Bracho a José Libarona, quien murió después de las brutales torturas, pese a que recibió los cuidados de Agustina Palacios de Libarona, una mujer de la alta sociedad que dejó todo para asistirlo en esa desolación. El libro “Polvo y espanto”, de Abelardo Arias, retrata esa tragedia.

 

En 1840 recibió uno de los golpes más duros de su vida, cuando su hermano Francisco Ibarra murió asesinado cuando intentaba sofocar una rebelión contra el gobierno, al ser lanceado en un enfrentamiento en el actual cruce de avenidas Pedro León Gallo y Colón. Ibarra debió huir de la revuelta pero un año después logró recuperar el poder.

 

Ibarra incluso llegó a sufrir un atentado, cuando un boticario francés disparó contra su lecho desde la ventana de su casona, hoy 25 de Mayo antes de llegar a Avellaneda. Ibarra no se encontraba en su casa y un amigo dormía en su lecho y murió por el arcabuz. El extranjero se había resentido con el gobernador porque lo mando a apresar por falsificar moneda. Huyó de la provincia y tiempo después regresó, pero fue capturado y ajusticiado por Ibarra, que no olvidaba el asesinato.

 

También se escribió mucho sobre su abrupta separación de Buenaventura Saravia, aunque investigaciones recientes como la de Adriana Gualtieri, en “Ellas, heroínas santiagueñas”, desmienten la leyenda de su destierro en plena noche de bodas. La separación de hecho existió, pero no fue tan intempestiva, y, es más, fue “Ventura” quien acompañó a Ibarra en sus años de agonía.

En la fría tarde del 15 de julio de 1851 falleció en brazos de fray Wenceslao Achával, a los 64 años, a causa de hidropesia. Rosas le envió a su médico personal para asistirlo, pero no pudo evitar su deterioro progresivo. Poco antes de morir había comulgado y redactado su testamento, donde puso el gobierno en manos de Rosas, entonces más preocupado por el pronunciamiento de Justo José de Urquiza, que terminaría por derrocarlo al año siguiente. También pidió ser sepultado en la iglesia La Merced.

 

“Había muerto el cuarto rebelde santiagueño después de dar a Santiago del Estero su autonomía y los laureles más puros de su dominio en el norte del país, sacándola de su postración y miseria, en treinta años de ruda labor, consagrada a tan noble empeño. Sus restos serían velados en La Merced”, recuerda Orestes di Lullo, en su libro “Santiago del Estero, muy noble y leal ciudad”.

 

Ibarra culminaba así 31 años de gobierno, el período más extenso en la historia de las provincias.

 

La iglesia La Merced fue construida durante el gobierno de Ibarra, según apunta Di Lullo, por lo que sus frailes en agradecimiento lo sepultaron en sus jardines, en una ubicación sólo conocida por ellos, para evitar la profanación de los partidarios de los hermanos Taboada, que con su muerte asumieron el poder por varias décadas. Hoy una lápida recuerda que sus restos yacen allí.