Este jueves el dato de inflación mensual correspondiente a junio alcanzó 5,3% mensual, mientras que el interanual ya sumó un 64%, la cifra más alta en 30 años, según el Instituto de Estadísticas y Censo. Los fríos números no reflejan el impacto negativo que deteriora todas las semanas el poder adquisitivo de los argentinos, con un peso depreciado.

 

¿Pero qué se esconde detrás de esa larga cadena que termina en el bolsillo de los consumidores? Según tendencias opuestas de economistas ortodoxos a heterodoxos, la inflación es un fenómeno monetario –provocado por la emisión- o multicausal –con diversos orígenes-.

 

El economista Julio Irueta sostenía allá por 2013 que “si tuviera que asignarle grados de culpabilidad diría que un 60% es por cuestiones monetarias, un 20% por expectativas, un 10% es causado por la incidencia del valor de la moneda extranjera, un 5% a los aumentos de costos intermedios y otro 5% por subas injustificadas de precios en mercados monopólicos u oligopolios”.

 

Habría que decir que si el 60% se lo atribuye al Estado –aunque no se pueda aislar su relación con el sector privado en la política monetaria-, no es menos cierto que el 40% restante tiene responsables fundamentalmente extraestatales. A esto habría que añadirle otros componentes excepcionales como la pandemia o la invasión rusa a Ucrania.

 

Como se sostuvo en el editorial anterior, la renuncia del ministro de Economía Martín Guzmán generó un fuerte tembladeral y la flamante reemplazante Silvina Batakis salió a calmar a los “mercados” al asegurar la continuidad de la línea de su antecesor para sostener el acuerdo con el FMI, aunque con mayor contemplación de los sectores más vulnerables. Esto ante lo que reconoció como un inexorable ajuste, en el marco de una tregua en la interna del oficialismo.

 

Lo cierto es que las réplicas de ese sismo no cesaron y volvieron a golpear a la ya deteriorada economía de los argentinos, que ven licuarse a diario su otrora poder de compra. Hay quienes consideran que detrás de esa corrida de precios están los grupos concentrados de los distintos rubros que buscan protegerse ante el desfasaje del dólar con el peso.

 

Esto lo reconoció Alejandra Rafael, la titular de la Cámara de Comercio e Industria de Santiago del Estero, pero advirtió que los comerciantes que en la provincia son pymes medianas y pequeñas, no formadores de precios.

 

“Estamos al final de la cadena, comercios pequeños y medianos que no son formadores de precios. Muchos comerciantes no querían vender la semana pasada”, admitió. Es así: en todos los rubros hubo quienes optaron por no abastecer a los comercios por “no tener precios”, y ante la posibilidad de perder eligieron no vender, desde alimentos hasta productos importados o valorizados en dólares.

 

“Hay problemas de abastecimiento, para circular por las marchas, mayor costo de mercaderías sin precio para comprar y reponer. Y la inseguridad de remarcar porque no se puede elevar demasiado ya que no se vende”, indicó.

 

A eso también añade la falta de financiamiento para pymes; la competencia desleal del comercio informal e ilegal “que crece a pasos agigantados”, empujada por la carga impositiva y regulaciones con 170 impuestos; los costos laborales que implican un 50% de la erogación en aportes, etcétera. Para la dirigente mercantil no se trata de bajar sueldos de los convenios unificados del país, sino de disminuir las cargas laborales y simplificar el sistema impositivo para generar empleo en blanco, como única salida viable.

 

Pero lo cierto es que el sector comercial presenta un alto índice de informalidad –empleos en negro y sueldos fuera de convenio- y no siempre se cumple con la legislación laboral para evitar la explotación a costa de los asalariados. Y muchas de las rebajas y disminuciones de las cargas patronales aplicadas en el pasado se usaron preferentemente para blanquear empleados que se encontraban en negro, más que para tomar nuevos. También es real que muchos comerciantes optan por retener en depósito las mercaderías hasta tener nuevos precios y remarcan aún por arriba de los precios de lista.

 

Cada sector tiene sus razones para defender sus intereses, desde los grandes oligopolios o monopolios que argumentan el alza del dólar, las trabas a las importaciones, los impuestos, más subsidios, etcétera; los grandes productores de divisas que se niegan a vender a la espera de precios aún más altos en el convulsionado contexto internacional; o los medianos y pequeños comercios que argumentan recibir toda la carga.

 

Pero en esa larga cadena todas las incidencias de la economía recaen sobre los sectores con menos poder, con los consumidores en último lugar, en su gran mayoría impedidos de ahorrar bajo cualquier forma y obligados a abastecerse de lo más elemental para la subsistencia. Son los que reciben de lleno el derrame de mayores costos, en definitiva, los que más pierden.

 

Hasta ahora las recetas para salir del círculo vicioso de momentos favorables de precios internacionales, seguidos de ajustes y endeudamiento, han llevado a un espiral de degradación de la economía y la sociedad, con índices negativos que se disparan en todos los ámbitos.

 

El historiador Eduardo Sartelli sostiene que para romper con esos ciclos haría falta una serie de medidas que básicamente consistirían en impulsar una mayor productividad en sectores realmente competitivos y dejar de sostener a otros parasitarios que son los que inciden fuertemente en la inflación, los verdaderos “planeros”. Habrá que pensar y buscar alternativas, la circunstancia lo demandan con urgencia.