El fallecimiento de Isabel II, reina de Gran Bretaña, se convirtió en una de las noticias predominantes esta semana, con una fuerte fascinación de gran parte del público por un acontecimiento que los medios argentinos volvieron omnipresente.
Y este fenómeno ocurrió pese a que las relaciones con el Reino Unido se enfriaron de forma irreversible desde la Guerra por las Malvinas, en 1982, en la cual esa monarca tuvo una fuerte gravitancia junto a la entonces primera ministra Margaret Thatcher.
Isabel apoyó ese conflicto para mantener uno de los últimos despojos que Albión mantiene ocupados en todo el mundo, después de ser desplazado por EE.UU. como primera potencia mundial en el Siglo XX. Argentina se embarcó en esa guerra como una carta desesperada de la Dictadura Militar que perdía poder y buscaba revivir una causa nacional.
Tanto Thatcher como Fortunato Galtieri buscaban oxigenar sus gobiernos, la británica por un ajuste y una crisis económica sin parangón, y el argentino por causas similares y por haber perpetrado la más sangrienta represión criminal de la Historia.
El desastre militar de los que idearon esa campaña es harto conocido, a pesar del heroísmo de los combatientes argentinos y los crímenes que perpetraron numerosos oficiales contra sus propios subordinados. El costo en vidas humanas no sólo se registró en el campo de batalla, sino que se extendió durante décadas por la alta tasa de suicidios de los excombatientes, que durante mucho tiempo fueron relegados de forma ignominiosa.
La relación comercial argentino-británica fue siempre estrecha, sobre todo a partir de la Revolución de Mayo, después que el imperio desistiera de sus intentos de invadir la excolonia española tras dos rechazos en 1806 y 1807, más un tercer embate que no llegó a concretarse porque Gran Bretaña enfrentaba a Napoleón. Pero posteriormente ocuparían por la fuerza Malvinas y ya en tiempos de Juan Manuel de Rosas se desataría otro conflicto con la batalla de Vuelta de Obligado.
Es decir, pese a la gravitancia británica y sus muchos adeptos en el Río de la Plata, hubo numerosos episodios que se tradujeron en enfrentamientos bélicos, hasta que fueron relegados por EE.UU. Y Malvinas siempre fue usada por distintos gobiernos como una causa nacional, pero significó un antes y un después, aunque no privó al expresidente Mauricio Macri de rendir homenaje a Thatcher o pedir disculpas al exrey de España, Carlos, por la “angustia” sufrida por los españoles con la Independencia.
Por eso sorprende en parte la efusividad con la que gran parte de los medios argentinos, porteños pero también provincianos, se conmocionaron por la muerte de una monarca que en 70 años procuró mantener vivas las viejas glorias del imperio de ultramar. Su deceso fue un tema central por estos días pese a esa relación cambiante, con una agenda saturada en la mayoría de los medios.
Claro que esto también se explica por un consumo de esta clase de noticias con los pormenores de la biografía de la reina, sus funerales y los escándalos de su familia. La fascinación que ejerce esta institución en el público mundial es todo un fenómeno, patentizado en acontecimientos como la boda de Lady Diana Spencer y el príncipe Carlos, la muerte de esa princesa malquistada con la corona o los actuales funerales de la reina. Un fenómeno similar se vivió con la llegada de Máxima Zorreguieta, la hija de un exfuncionario golpista, que vivía en EE.UU., a reina de Holanda.
La monarquía es una institución obsoleta, que sólo se mantiene por su simbolismo y se limita al lobby comercial que ejercen las casas reales europeas, después del avance político de oligarquías gracias a las formas republicanas de poder. Sin embargo, los diferentes gobiernos mantuvieron esa casta decadente por su identidad, pese al costo de una nobleza ostentosa y que protagonizó no pocos escándalos, lo que ha derivado en no pocas quejas de los contribuyentes que los mantienen.
Excombatientes de Malvinas pusieron las cosas en su lugar al emitir comunicados donde reniegan del bombardeo informativo sobre el final de un personaje que alentó el envío de la Task Force a recuperar las islas, con su propio hijo Andrés enlistado (el mismo que hoy perdió sus honores militares por el tráfico de menores para las orgías organizadas por su amigo magnate y depredador sexual Jeffrey Epstein).
Sin caer en un nacionalismo ramplón y sin desconocer la influencia que -para bien o para mal- ejerció ese imperio, vale reflexionar sobre a quién se homenajea con tanto espacio en los medios y cuál fue su verdadero papel en las relaciones con Argentina, que la “prensa rosa” omite deliberadamente.