La elección que ganó Luiz Inacio “Lula” da Silva a Jair Bolsonaro en Brasil repercutió en la política doméstica de Argentina, donde el año próximo se buscará un efecto contagio para mantener en el poder al Frente de Todos, ante un avance de Juntos por el Cambio.

 

Lula esa misma noche en que se impuso por un ajustado 51%, frente al 49 de Bolsonaro, lució una gorra con la leyenda “CFK 2023”, que le alcanzaron militantes kirchneristas que lo acompañaron, con el ministro Eduardo “Wado” de Pedro a la cabeza. Al día siguiente, el propio presidente Alberto Fernández hizo un viaje relámpago para felicitar a presidente electo, al que saludó con efusivos abrazos.

 

La elección brasileña fue seguida con mucha atención desde Argentina, no sólo porque se trata del país sudamericano más poderoso, sino también por las presuntas implicancias de estos resultados en los próximos comicios presidenciales de 2023.

 

Es que algunos se entusiasman con el predominio de partidos de centro-izquierda en el subcontinente, salvo Uruguay y Ecuador, donde gobiernan facciones que podrían llamarse genéricamente neoliberales o de derecha. En Argentina las dos coaliciones dominantes volverán a confrontar el año próximo, en un duelo reeditado, que posiblemente tengan a sus referentes Cristina Fernández de Kirchner y Mauricio Macri frente a frente. Aunque hay analistas que ponen en duda que se produzca ese cruce, nada es seguro todavía, cuando hay demasiados nombres en danza en ambas fuerzas.

 

Lula ganó por una escueta diferencia de 2 millones de votos, mientras que Bolsonaro sumó 7 millones que, no obstante, no fueron suficientes. El país ahora quedó paralizado por un presidente que se niega a reconocer explícitamente la derrota y cientos de cortes de ruta de sus militantes. Una grieta que se acentuó.

 

Para Da Silva no será fácil gobernar, porque tendrá una fuerte oposición en su congreso nacional, a causa de la paridad de los resultados. Además, para ganar Lula debió aliarse a sectores de centro, que ahora pugnarán por incidir en su gobierno. Por otro lado, el bolsonarismo como fenómeno parece lejos de haber comenzado a extinguirse.

 

Se trata de un fenómeno mundial, comparable al de Donald Trump en EE.UU., Giorgia Meloni en Italia, Vox de España, Marine Le Pen en Francia, entre muchos otros, que construyeron un discurso disconforme para ganarse a las masas con un populismo de derecha. Una fuerza que ha sabido utilizar los resentimientos y los multiplicó a través de las redes sociales, con la búsqueda de chivos expiatorios –los inmigrantes, los planeros, los pobres-, con ideas conservadoras pero afines a un liberalismo darwinista. Esto es, que el Estado se reduzca a la mínima expresión y que el mercado se autorregule, lo que deja a merced de la voracidad a los ciudadanos.

 

En Argentina, la voz cantante de esa tendencia es Javier Milei, un candidato que parece inflado por muchos medios y las redes sociales, pero cuya impronta seduce al sector de “halcones” de Juntos por el Cambio que buscan absorberlo. Esos grupos, por más que pregonan su desprecio a la “casta política”, representan a sectores oligárquicos, cuyos intereses curiosamente terminan defendidos por muchos excluidos del modelo.

 

Lo cierto es que los resultados de país a país, con sus realidades propias, son difíciles –sino imposibles- de extrapolar. Mucho más en una Argentina convulsionada por su economía erosionada por un proceso inflacionario y una deuda asfixiante, en la que todavía ni siquiera está claro quiénes serán los candidatos.

 

Una tendencia registrada en muchos países fue el “castigo” a las gestiones que enfrentaron la pandemia, lo que se tradujo en un cambio de la fuerza gobernante. Pero no hay certezas en el comportamiento electoral de las sociedades. Sí está claro cuáles serán las coaliciones que se enfrentarán y que aquella que salga victoriosa no tendrá las cosas fáciles. Todavía falta una eternidad, en tiempos de la política, para las definiciones.