El mundial Qatar 2022 inicia con sentimientos contrapuestos para los argentinos, que esperan el ansiado campeonato como meta pendiente para Lionel Messi y para distraerse un rato de la agobiante crisis económica y política. Pero, por otro lado, revive la polémica por el país anfitrión elegido de forma sospechosa por la FIFA, una entidad investigada por escándalos de corrupción.

 

Para muchos argentinos la decisión de la máxima organización del fútbol internacional recuerda a la elección del país en 1978, en plena Dictadura Cívico Militar, la más feroz que sufrió en su historia.

 

Qatar es un reino pequeño en dimensiones y en población –apenas 2,6 millones, en su mayoría extranjeros-, regido por la dinastía islamita ortodoxa y pro-occidental Al-Thani, que asienta su poder en represión social y la opulencia de sus reservas de petróleo y fundamentalmente de gas.

 

No es desconocido para nadie que en ese país creado y protegido en la reconfiguración de Medio Oriente por parte de EE.UU. se violan sistemáticamente los Derechos Humanos. Varios artistas internacionales como Dua Lipa, Shakira o Rod Steward rechazaron ofertas millonarias como boicot.

 

Qatar fue elegida como sede mundialista en 2010, con fuertes sospechas de votos comprados a dirigentes de América Central y Sudamérica, entre los que descolló el inefable Julio Grondona, ya fallecido. Eso más alguna ayuda europea, claro. Se eligió a un país con un régimen cuestionable, sin tradición ni estructura futbolística, como anfitrión de un mundial que cambió su tradicional cronograma de julio a noviembre, por las inclemencias ambientales.

 

Pero si es por dinero, eso sobra en Qatar: invirtió en 8 estadios nuevos y climatizados, líneas de subterráneo para trasladar al público hasta las puertas e infraestructura. Se calcula que el capricho del monarca ronda los 200.000 millones de dólares.

 

Pero ese proceso también costó al menos 6.500 vidas de trabajadores extranjeros, un dato que escandaliza pero no tanto porque es población de países pobres (keniatas, pakistaníes, nepaleses, filipinos, somalíes, etcétera). Tanto a FIFA como el emirato fueron denunciados por no indemnizar a las familias de esos obreros, aniquilados por las condiciones laborales inhumanas. Tanto el gobierno como la entidad deportiva menoscabaron esas denuncias y adujeron que de ellas sólo un porcentaje ínfimo estuvo vinculada a obras mundialistas.

 

Pero no es lo único que habita el lado oscuro de Qatar. Muchos hinchas tendrán que sufrir las restricciones con las que el régimen restringe a su población, desde la vestimenta, la prohibición de consumo de alcohol o hasta las expresiones de afecto. El emirato practica detenciones irregulares y está denunciado por torturas y condiciones infrahumanas de detención. También considera un delito la homosexualidad.

 

Por otra parte, la mujer es considerada una ciudadana de segunda, sin derechos prácticamente y sometida al hombre y sus instituciones patriarcales. Esto tampoco desvela a las grandes potencias y a muchos países participantes, que afirman levantar las banderas de la paridad de género y del respeto a la diversidad.

 

También se considera un brutal daño medioambiental la construcción de estadios climatizados en medio del desierto, con una emisión de toneladas de hidrofluorocarburos (HFC). Pero no es algo nuevo: para permitir la vida en ese punto infernal del mundo el régimen mantiene centrales que climatizan todo el año sus ciudades, contribuyendo al efecto Invernadero.

 

Otro aspecto no menor está relacionado con la seguridad, dado que el alineamiento del régimen qatarí con EE.UU. y Europa implica un riesgo de convertirse en blanco de grupos extremistas.

 

Como se ve, el choque cultural con respecto a la mayoría de las naciones que participan del mundial es brutal, aunque en esto haya mucha hipocresía: muchos maquillan violaciones a los Derechos Humanos detrás de una máscara democrática.

 

El propio Joseph Blatter, expresidente de FIFA, se mostró arrepentido de esa decisión recientemente y dijo que los campeonatos del mundo deberían realizarse en “países grandes”. Pero ya es tarde, la maquinaria del negocio multinacional del fútbol ya está en marcha y los intereses económicos y políticos se antepondrán como siempre a las objeciones morales, legales y ambientales.