Los argentinos dejamos atrás un año 2022 muy complicado y con una crisis económica que se acentuó -con consecuencias significativas sobre los sectores más vulnerables de la pirámide social-, con un rebrote de nuevas variantes de Covid y una disputa política en torno a la Corte Suprema, no exenta de escándalos.
Un año de sinsabores en el que la sociedad hizo catarsis recién en su último mes, con la obtención del campeonato del Mundo, en Qatar. Celebración masiva e histórica que estuvo signada por el caos y que excluyó a la clase gubernamental de la foto con el conjunto victorioso.
El eje de las tribulaciones argentinas sigue pasando por la inflación que castiga a los escalones más bajos de la sociedad, aquellos asalariados, monotributistas e informales cuyos consumos son de subsistencia y que no pueden refugiarse en alternativas de protección de sus ingresos, como el dólar, la construcción, ni un plazo fijo.
La economía, que de hecho es bimonetaria, sufrió una suba histórica del precio del dólar en las últimas ruedas de diciembre, atribuida a distintos factores. Los conflictos de poderes, las vacaciones o simplemente la proximidad del cierre de las cuevas en enero. Lo cierto es que superó el pico alcanzado tras la renuncia del ministro de Economía, Martín Guzmán, en junio.
Pese a que se sostiene que el blue es un dólar marginal e ilegal y que el valor de referencia es el del dólar oficial –con una brecha del 100%-, en la realidad rige las operaciones privadas. Y eso implica que su trepada se traslada automáticamente a precios.
Pero a su vez, la economía comienza a mostrar débiles signos alentadores como una reducción progresiva de la inflación mensual; menor desempleo –aunque el formal se mantenga y aumente el informal-; aumento de la actividad industrial del 3,5% a julio que supera niveles prepandemia, entre otros. También aumentó el consumo en los sectores altos. No obstante, esos signos no inciden en la mayoría de la población.
El enorme desafío económico de revertir la situación de la mayoría de los argentinos está ligado a la posibilidad del ministro Sergio Massa de postularse para las presidenciales, acompañado tal vez por algún representante de la Liga de Gobernadores, entre los que suena Gerardo Zamora, quien hasta ahora prefirió mantener su predominio provincial.
La postulación implícita de Massa resurgió después que Cristina Fernández se considerara proscripta por su reciente condena en la causa Vialidad, sin embargo en su último acto en Avellaneda volvió a alimentar la duda sobre su decisión final. Nada está dicho y falta mucho todavía para primarias –a las que aún parece anotarse Alberto Fernández y algunos otros como Eduardo de Pedro y Daniel Scioli, entre ellos- y las elecciones generales.
El juego político de Cristina es ineludible en el tablero actual. Si ella no se presenta, Mauricio Macri podría declinar su intención de volver por “un segundo tiempo”, y esto permite avanzar a Horacio Rodríguez Larreta, aunque con varios competidores, entre ellos la defensora de la “mano dura”, Patricia Bullrich, que busca disputar un electorado disconforme al que seduce el libertario Javier Milei.
Pero Larreta ahora aparece salpicado por el escándalo de los chateos entre un asesor del presidente de la Corte Suprema, Horacio Rosatti, y su ministro de seguridad Marcelo D’Alessandro, con quien acuerdan estrategias judiciales con Juntos por el Cambio.
Antes ya había sido salpicado con una primera oleada de chateos que revelaban un viaje a la estancia del empresario británico Joe Lewis, con jueces, directivos de Clarín y espías, en una escandalosa confraternidad de intereses comunes ocultos al público.
Estas revelaciones, aunque obtenidas de manera ilegal, merecen ser investigadas por la Justicia para sacar a la luz una parte del entramado del poder que se cocina detrás de bambalinas. No obstante, habrá que ver cuánto inciden en el humor social que tuvo respiro con la alegría mundialista, pero que reclama atención sobre sus padecimientos cotidianos que pasan por excluyentemente por lo económico. Una exigencia que aparece cada vez más divorciada de las rencillas de la clase política.